El hecho histórico de una mujer presidenta no significa el fin de las luchas feministas
5 de junio de 2024
POR Aranza Hernández González
El hecho de que México haya elegido a una mujer como presidenta por primera vez en la historia es, sin duda, un hito significativo. Sin embargo, es importante reconocer que este logro no garantiza un gobierno feminista ni representa un logro para todas las luchas feministas. La lucha por la libertad, igualdad y justicia continúa mientras persistan las múltiples estructuras de opresión bajo un mismo sistema patriarcal.
Un verdadero gobierno feminista debe ir más allá de la representación femenina. Necesitamos líderes que implementen políticas con perspectiva de género, antirracistas, anticoloniales y anticapacitistas. Estas políticas deben reconocer y atender las realidades y necesidades de cada grupo vulnerado, y llevar justicia para las víctimas de un Estado fallido. La lucha feminista no puede considerarse completa sólo porque una mujer ocupa la presidencia; el verdadero cambio estructural sólo se logrará cuando se eliminen todas las formas de violencia sistémica que enfrentan las poblaciones vulneradas en México.
La instrumentalización de la causa feminista ha resultado en la falacia de asumir que sólo porque una mujer sea presidenta, su gobierno será inherentemente bueno. Basar un proyecto político únicamente en la identidad de la representante es insuficiente, pues ignora las vivencias de otras identidades y fracasa en adoptar una perspectiva interseccional. Además, caer en esta trampa nos lleva a ignorar nuestra memoria histórica como grupos violentados, criminalizados y/o ignorados por las administraciones que la representan y ha representado. No podemos olvidar la violenta represión ejercida contra las protestas feministas mientras Claudia Sheinbaum era Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, o el hecho de que haya alterado la cifra de feminicidios para favorecer a su partido durante el primer debate presidencial.
Emma Goldman ya nos advertía sobre la falsa ilusión del sufragio, señalando que la mujer no empeorará la situación pero tampoco la mejorará, algo que el hombre tampoco ha logrado. Esta idea resalta la necesidad de dejar de atribuir poderes sobrenaturales a una presidenta sólo por su género, pues no será ella quién desmantelará el sistema patriarcal bajo el que regirá. De igual manera, toda mujer que llegue a la presidencia y no cuestione todas las estructuras de poder que oprimen a las diferentes poblaciones, continuará replicando y gestionando la misma violencia.
Si bien es un hecho histórico que una mujer sea nuestra futura presidenta, esto no es suficiente para saldar la deuda histórica del Estado con el pueblo mexicano. Al día de hoy persiste un sentimiento de incertidumbre y desconfianza sobre las posturas y acciones que adoptará frente a cuestiones clave para los feminismos, como el aborto, los feminicidios, transfeminicidios y la militarización del país.
Para tener un verdadero gobierno feminista, necesitamos una presidenta que rompa el pacto patriarcal, que incluya y reconozca las voces de todas las mujeres y disidencias, y responda a sus necesidades específicas. Una verdadera agenda de gobierno feminista debe dejar de perseguir y reprimir a quienes luchan y protestan por sus derechos, y debe tomar responsabilidad ante el fracaso del Estado de proteger y brindar justicia a las víctimas de violencia y desigualdad por razón de género, raza, clase, sexualidad e identidad. Para que este hecho histórico represente un verdadero logro para todas las mujeres en este país, necesitamos pasar de tener una primera presidenta, a tener una primera presidenta feminista que vaya más allá de su identidad como mujer y reconozca la interseccionalidad de la experiencia femenina y disidente mexicana.