El impacto de la cultura y la religión en la vida de las mujeres mexicanas es innegable y, a decir verdad, bastante perturbador.
6 de mayo de 2024
POR Isabel Duclaud Carlín
Como mexicana, mi realidad es vivir en una sociedad machista. Una sociedad donde los derechos de las mujeres son tomados como una burla. Donde nuestra lucha tiene origen en memes y somos comparadas con los nazis. Una sociedad que está controlada por el sistema patriarcal. Un lugar donde es difícil encontrar aliadxs o “qué oso” ser unx.
Al intentar romper tradiciones culturales misóginas, somos llamadas “agresivas”, “poco éticas” y “sucias”. La religión y las culturas de nuestro país han sido la excusa perfecta para el sistema patriarcal de rechazar un cambio, limitándonos, sancionándonos y humillándonos en el proceso. Justificando la desigualdad de género a través de tradiciones mexicanas “imposibles” de cambiar, excusándolas como parte de nuestra cultura, es un chiste que nos hace mexicanxs, me dicen.
Claro, los Estados son parte de la capa protectora que fundamenta la desigualdad de género y evita el cambio cultural que tan desesperadamente necesitamos, pero creo que esto es alimentado por los actos que llevan siendo normalizados miles de años, desde la fe católica hasta la cultura machista que perpetúa en nuestra historia y en nuestro presente. Es un ciclo que se alimenta a sí mismo.
Andrés Manuel López Obrador ha dejado un mensaje claro a su población: la lucha por la equidad de género no es una prioridad en su presidencia. Ha transmitido de manera evidente que proteger los edificios históricos y los monumentos con vallas para evadir “ataques o destrucciones” es una prioridad mucho mayor que combatir la violencia de género y detener el incremento de los feminicidios. Exigir protección al Gobierno de sus propios ciudadanos parece una tarea imposible en nuestro país, y eso me queda claro. Sin embargo, creo firmemente que desafiar las culturas e ideas religiosas que nos mantienen en un sistema opresor puede llevarnos mucho más lejos que dejarlo todo en manos de un presidente que, simplemente, no entiende.
El impacto de la cultura y la religión en la vida de las mujeres mexicanas es innegable y, a decir verdad, bastante perturbador. La creación de un país lleno de “machos” tiene una explicación vinculada a nuestra historia, cultura y religión. Los estereotipos de género han dividido los roles entre hombres y mujeres de una manera sistemática que prevalece en nuestro país. Frases como "la esposa o ama de casa perfecta", "la maternidad impide que la mujer tenga una vida laboral" y "las mujeres son más débiles físicamente y los hombres son más deportistas", son solo algunos ejemplos de estos estereotipos arraigados en nuestra cultura desde hace más de dos siglos.
Por otro lado, la diversidad familiar está bastante limitada. Muchas formas no tradicionales de familias no son reconocidas por muchos estados del país, los sistemas jurídicos suelen definir a la familia como “una unidad fundada por un hombre y una mujer". Además, algunos exigen representación masculina como cabeza del hogar, lo que hace que familias que están compuestas solamente por mujeres se encuentren en una posición complicada y en una situación de desventaja a diferencia de una familia “convencional”. ¿Hasta cuándo seguiremos atados a estas definiciones obsoletas y excluyentes de lo que significa ser familia en nuestra sociedad?
Para acabarla de regar, las mujeres divorciadas suelen ser tachadas en la sociedad mexicana y discriminadas o juzgadas como moralmente disolutas, alabando la masculinidad como algo “sagrado”, fundamentando la “inferioridad” de las niñas y las mujeres. Esto se refleja en pasajes de la biblia con frases desde: “Que la mujer aprenda sin protestar y con gran respeto. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que debe comportarse con discreción. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión. Se salvará, sin embargo, por su condición de madre, siempre que persevere con modestia en la fe, el amor y la santidad"; hasta “porque si la mujer no se cubre la cabeza, que también se corte el cabello; pero si es deshonroso para la mujer cortarse el cabello, o raparse, que se cubra. Pues el hombre no debe cubrirse la cabeza, ya que él es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del hombre. Porque el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre".
¿Son acaso un mandato para mantenernos en un estado de sumisión y desigualdad? Y para rematar, por si no estabas enteradx, la Iglesia se opone férreamente a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, reduciéndolas a simples objetos sexuales cuyo propósito es satisfacer al hombre y mantenerse puras como un sacrificio para ellos, normalizando comentarios como “las queremos vírgenes” o “yo no quiero a una esposa usada”. Pero eso no es todo, se justifican las acciones violentas de los hombres hacia las mujeres con frases como "se lo ganó" o "lo provocó".
Irónicamente, los mayores perpetuadores están escondidos en las mismas instituciones que deberían proteger a las mujeres, desde la Iglesia, el Gobierno y nuestra propia cultura mexicana.