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“Tener 30, ser coqueta y próspera”

“Tener 30, ser coqueta y próspera”

En un mundo que se rige por la apariencia, en el que somos bombardeadas en redes sociales con historias de mujeres “empoderadas” con vidas “perfectas”, es difícil no entrar en comparaciones.

22 de julio de 2024

POR Cynthia Morado

Hace unas semanas platicaba con una amiga sobre nuestra sensación de fracaso ante lo que consideramos que hemos logrado pasando los 30 años y lo lejos que nos sentimos de las expectativas que construimos de nosotras mismas. Recordábamos aquella frase que se repetía a sí misma el personaje de Jenna en la película 13 going on 30 en la que deseaba ser una mujer de 30 años “coqueta y próspera” y en cómo ese deseo sigue presente en nosotras en nuestra edad adulta.

En un mundo que se rige por la apariencia, en el que somos bombardeadas día a día en redes sociales con historias de mujeres “empoderadas” con vidas “perfectas”, es difícil no entrar en comparaciones y no salir mal paradas ante esos referentes, generando una sensación de insatisfacción o mermando nuestra autoestima.

La autoexigencia femenina tiene un impacto negativo en la salud mental de las mujeres. Diversos estudios han demostrado que el perfeccionismo, entendido como el establecimiento de altos estándares de rendimiento y una tendencia a excesivas evaluaciones críticas, está relacionado con afecciones psicológicas como: estrés, depresión, ansiedad, desórdenes psicosomáticos, trastornos de alimentación e ideaciones suicidas. También se ha comprobado que las mujeres son más infelices que los hombres y se sienten menos satisfechas con su vida. Una encuesta realizada por el Inegi en 2023 sobre el bienestar subjetivo de la población urbana adulta en México, muestra que esta brecha se acentúa entre los 30 y los 40 años.

Debido a que nuestra identidad se va formando a partir de nuestro proceso de socialización, existe un componente social en la tendencia de las mujeres a la autoexigencia. Los estereotipos de género han fomentado una idealización de la imagen femenina y provocado que históricamente las mujeres nos exijamos al máximo para ser las mejores madres, hijas, hermanas y parejas. 

A pesar de que el movimiento feminista ha logrado desafiar los roles convencionales ligados al ser mujer y ha favorecido nuestro acceso a la educación en carreras que eran consideradas exclusivamente para hombres, nos ha abierto las puertas al mercado laboral formal y a ocupar puestos de liderazgo, y se ha incrementado nuestra participación política, ¿será posible que en el proceso de deconstruirnos y liberarnos de algunos estereotipos de género nos hemos arraigado a otros?

Pareciera que pasamos de exigirnos ser las mejores amas de casa, las mejores esposas y las madres más abnegadas a ser mujeres exitosas y empoderadas. Como si los mandatos hubieran evolucionado y ahora lo que nos demanda la sociedad (y, sobre todo, lo que nos demandamos a nosotras mismas) es ser las mejores profesionistas que logran balancear su vida profesional con sus relaciones personales y el cuidado de su salud física y mental, las más productivas, las más conscientes de sus necesidades, las que más se aman y aceptan a sí mismas, las que tienen las mejores prácticas de crianza positiva, las que logran tener relaciones de pareja más saludables, las que mejor procuran su autocuidado... en fin, las que con sus actividades del día a día más aportan para transformar el mundo en un mejor lugar para todas y todos.

Deshacernos de estas expectativas tan arraigadas es un proceso que lleva tiempo y que puede hacerse más llevadero si lo transitamos acompañadas. Vale la pena comenzar a hablar de salud mental con perspectiva de género, dejar de ver como problemas individuales aquellos malestares que son de naturaleza colectiva y tienen un origen social, y construir espacios en los que podamos abordarlos de manera compasiva y respetuosa. 

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