Los impactos de la crisis climática son y deben de ser vistos diferente, pues son algo que nos afecta a todos, pero no por igual, en especial a las mujeres.
5 de abril de 2024
POR Pamela Sofía Trujillo Loria
Publicado por primera vez, 11 de noviembre de 2022
Hablar de la lucha por el cambio climático es también hablar de justicia de género. Esto es algo que hay que considerar en las negociaciones internacionales como las que se están llevando a cabo dentro de la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP 27). Desde una perspectiva ecofeminista me he puesto a reflexionar: ¿qué implica la cumbre de este año para las mujeres? Nuestra voz ha sido invisibilizada, y siendo las mujeres y niñas las más afectadas por los efectos del cambio climático, alzar la voz por ello en eventos como este me parece sumamente importante.
En Sharm El Sheikh, Egipto, la COP 27 es una conferencia convocada por las Naciones Unidas que busca sostener, en dos semanas, negociaciones para hacer frente a un fenómeno que se ha batallado en cada rincón del mundo. Estas, están enfocadas principalmente a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, así como a procurar el financiamiento de las grandes potencias para que los mayores países contaminantes asuman su responsabilidad, y que cada miembro genere y cumpla políticas para hacerle frente al cambio climático desde su trinchera.
Con 200 países invitados, se contaba con la asistencia de 110 jefes de Estado en la cumbre, de los cuales solo siete son mujeres. Hay que señalar de igual manera que la ciencia del clima y la política ambiental son industrias dominadas por hombres, pero son las mujeres, mayoritariamente, las que lideran la revolución climática. Aunado a esto, los países con más líderes femeninas están aprobando políticas climáticas más ambiciosas que otros, pero ello no basta para romper con la infrarrepresentación que sufren a la hora de las discusiones y los espacios de incidencia. En la COP 26, por ejemplo, los hombres ocuparon el 74% del tiempo de intervención durante sesiones plenarias.
Viéndolo de una manera más simple: hay una evidente brecha de género. La problemática de la crisis climática está siendo negociada casi exclusivamente por hombres y las más afectadas son las mujeres. Al mencionar esto no busco desacreditar los movimientos y acciones que se han impulsado para hacer frente a la lucha contra el cambio climático, no es de menos aplaudir conferencias como esta porque parte de la lucha es el reconocimiento y la apertura a afrontar el problema.
Sin embargo, a mi parecer esta batalla debe ser interseccional, y esto quiere decir que, a la hora de negociar, dialogar y crear políticas, se tienen que tomar en cuenta todos los contextos, situaciones y factores que influyen en el fenómeno que se está poniendo sobre la mesa, y no centrarse solo en lo que concierne a Occidente. Vivimos en un sistema de dominación no sólo sobre la mujer sino del medio ambiente y la naturaleza, por lo que para alcanzar una cultura de paz colectiva se deben afrontar ambos.
La contribución de la mujer al bienestar y desarrollo sostenible es imperante; es aún más en espacios rurales que han tenido una conexión especial con la naturaleza y, por consiguiente, son las más afectadas ante su destrucción, ya que dependen considerablemente de los recursos naturales arrasados por sequías, malas cosechas, inundaciones y reducción de las aguas. Este daño también se refleja en lo social: según el Centro de Ginebra para la Gobernanza del Sector de la Seguridad, las mujeres y niñas de Colombia, Malí y Yemen corren mayor riesgo de sufrir violencia de género debido a la degradación del medio ambiente y los conflictos, mientras que, en Bangladesh, Etiopía y Kenia, el matrimonio infantil es una forma de asegurar capital y recuperar las pérdidas sufridas por desastres naturales.
Con ello, los impactos de la crisis climática son y deben de ser vistos diferente, pues son algo que nos afecta a todos, pero no por igual. Es importante destacar también que el cambio climático agrava la crisis migratoria: los grupos vulnerables se ven obligados al desplazamiento forzado de sus lugares de origen debido a que las zonas donde laboran y residen, irónicamente, tienen mayor riesgo a sufrir desastres naturales sin herramientas para afrontarlos. Es peor aún cuando se habla de mujeres, ellas lideran el 80% de los desplazos por desastres relacionados con el clima.
Es así como la mujer que fabrica, pesca, lava y cultiva, sufre de manera aguda esta situación. Hoy, la que con sus manos cosecha lo que compramos en el supermercado lo hace con escasez de agua y tierra fértil. Ante un abrir de ojos a la realidad creo que no debemos quedarnos callados, no solo por nosotras, si no por el territorio en donde vivimos, por la canasta que nos da de comer y el agua que nos mantiene en pie. Hay que aplaudir estrategias, políticas y negociaciones, seguir impulsando, pero desde una reflexión que se expanda hacia otros horizontes y situaciones que no visualizamos a diario. Debemos cuestionar qué implican las promesas que hacen los líderes con afán de ser agentes de cambio y demandar una solución ante estas injusticias.