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Me duele que no me duela

Me duele que no me duela

Ante un mundo lleno de violencia, la volverse indiferente es sumamente tentadora.

24 de marzo de 2025

POR Nicole Bratt

La Real Academia Española define la indiferencia como el "estado de ánimo en el que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o asunto determinado". No obstante, esta definición resulta insuficiente para comprender el fenómeno social al que nos enfrentamos millones de personas ante la violencia; no logra capturar la verdadera magnitud de la sensación de vacío que experimentamos al leer noticias sobre feminicidios, crímenes de odio, desapariciones forzadas y actos de violencia que ponen en peligro nuestra seguridad minuto a minuto.

 

Tan solo en enero de 2025, se registraron 54 feminicidios en México. Sin embargo, los estudios de género indican que, al sumar las denuncias con las cifras estimadas por la cifra negra (es decir, aquellos delitos que no se denuncian o que no son investigados por las autoridades), podríamos calcular que entre 9 y 10 mujeres son asesinadas diariamente en el país. A nivel mundial, el informe "Femicidios en 2023: Estimaciones mundiales de los feminicidios cometidos por parejas íntimas o familiares", elaborado por ONU Mujeres y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), señala que 140 mujeres y niñas mueren cada día a manos de su pareja o un familiar cercano, lo que equivale a una mujer asesinada cada 10 minutos.

 

Tras leer todos estos datos, siento una profunda tristeza, un ardor en el corazón, y quiero gritar. Pero, tras un rato, la sensación de abrumación se va disipando hasta que me olvido. Luego vuelvo a recordar y mi corazón vuelve a arder, y me doy cuenta de que no es que no quiera seguir sintiendo o no hacer algo, sino que la intensidad del dolor me arrastra y amenaza con volverme indiferente. Es fácil que la indiferencia se vuelva una especie de mecanismo de defensa, una manera de proteger nuestra salud mental ante un mundo que nos desgasta. Nos desensibilizamos de la violencia y de ahí a la indiferencia hay sólo un pequeño paso. Estoy acostumbrada a que me duelan por un momento, unos minutos o tal vez días, semanas si es un tema que alcanza a reflejarse en algo personal, pero me duele mucho más el hecho de estar desensibilizada, que no me duela más. 

 

Cada día consumimos noticias devastadoras, el cambio climático, el crimen organizado, el sistema que sigue alimentando estas raíces profundas de injusticia. ¿Cómo podría levantarme en la mañana si no me voy desconectando de toda la rabia que estas noticias me causan? Sé que no puedo pasarme el día lamentando la violencia y tampoco puedo dejarme consumir por la ira; sé que dejarme sentir todo lo que veo me paralizaría. 

 

Pero lo más doloroso es saber lo fácil que es caer en la indiferencia y cómo esto nos lleva a la inacción. Porque no sentir dolor no significa que no me importe. Estar desensibilizada no es lo mismo que ser indiferente. 

 

Me niego a ser indiferente, pero también necesito dejar de sentirme culpable por estar desensibilizada. No podemos permitir que la desensibilización se convierta en indiferencia, en resignación, porque esta última también perpetúa la violencia. Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto y premio Nobel de la Paz, lo dijo mejor: "Lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia". La apatía ante el sufrimiento ajeno crea un terreno fértil para la injusticia y la crueldad, y su mayor peligro radica en lo fácil que pasar a ella, pasar de la indignación absoluta a removerse completamente de la situación, a no sólo no hacer nada contra la violencia, sino permitir que los actos más atroces por el ser humano. 

 

La indiferencia impide el diálogo y la resolución de conflictos. La apatía se convierte en complicidad: es el gobierno ignorando a quienes exigen justicia en un sistema impune, es el Estado minimizando violaciones a los derechos humanos, es la resignación de quien deja de luchar porque "así son las cosas y no van a cambiar".

 

La injusticia y la violencia se sostienen en la apatía de quienes dejan de sentir, de quienes dejan de actuar. La culpa me persigue y me duele no sentir como antes, no sentir como quisiera, pero me duele aún más la posibilidad de acostumbrarme a la brutalidad del mundo. Me da pánico rendirme y lo tentadora que es la idea de volverme indiferente. Por eso, sigo aquí. Aunque el cansancio pese y la desesperanza aceche, seguiré luchando para que la indiferencia, al menos en mi cancha, nunca sea una opción.

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